Estaba sentado en su escritorio. Sus ojos hundidos en profundas sombras, espesas ojeras sepultaba el brillo de su mirada. Sus cabellos era una madeja de hilos sin ordenar y sus barbillas con los rastros evidentes de la apatía por afeitar. Pastor de una iglesia en crecimiento y con una carrera desenfrenada de eventos, construcciones, reuniones interminables y un rosario permanente de llamada...
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